Allí quedará mi silla
Sin que nadie se siente en ella.
Allí quedará mi amor
Entre las paredes viejas.
De Esa será mi casa, Nino Bravo
He aquí nuestra casa. Por la ventana entra el sol de la mañana. ¿Quién vivió aquí? ¿Qué hubo aquí antes? Por el largo pasillo y sin que nadie los vea ni oiga avanzan lentos los pasos de muchas intimidades heredadas que poco a poco se van desvaneciendo. Son las pisadas de quienes aquí vivieron, viven y vivirán.
El sol ha subido hasta lo más alto. Pronto empezarán a caer las sombras de la tarde. ¿Y qué será de nuestro hogar dentro de una, dos, cinco, diez generaciones? Será el hogar de otros o tal vez no lo será de nadie: será otra cosa. Sólo es seguro que permanecerá lo que siempre estuvo aquí: un lugar con su historia callada, una parcela de espacio por la que corre el tiempo sin ninguna prisa.
¿Qué harán con nuestra casa sus nuevos moradores? Derribarán muros y tirarán muebles. Construirán sus propias vidas. Sus cosas nuevas y preciosas llenarán el aire soleado de nuestras habitaciones. Cambiarán la decoración y harán de nuestra casa la suya. Es una amorosa conquista a la que nos tenemos que rendir. Acabarán por sentarse a mirar por nuestras ventanas y verán lo mismo que nosotros vimos. Pero también las casas aledañas, y nuestra calle, y el paisaje que queda enfrente, habrán cambiado de aspecto y de moradores. ¿Cuándo los nuestros y los ajenos dejarán de recordarnos en sus muros blancos? ¿Y quién será el último que se acuerde de que aquí vivíamos nosotros?
Volvemos a mirar por la ventana. Ya anochece. Muy pronto bajaremos las persianas. Amanecerá y ya nos habremos ido de esta casa. Será ésta la última vez que la veamos. La preservaremos en el recuerdo, donde no penetran ni el polvo ni las polillas; donde podrá ser un lugar eterno hecho, como está hecha la memoria, de tiempo quieto y bien cuidado.
¿Qué será de nuestra casa cuando nos vayamos? No hay respuesta, pero ya la pregunta lo vale todo.