Esculpir en el tiempo
Andrei Tarkovski y la esencia del cine (y de la literatura, y de la pintura)
Andrei Tarkovski se estaba muriendo de cáncer y quiso dejar una suerte de testamento filosófico. Eso es, ante todo, “esculpir en el tiempo”: un libro en que despachó magistralmente su visión del cine, el arte y la vida. La idea central, la que el propio título recoge, es aquélla que considera el arte cinematográfico como una labor de escultura del tiempo.
Miguel Ángel, escultor literal y no metafórico, hablaba de su arte como de un rescate y liberación de la figura que sólo él podía ver encerrada en el bloque de mármol. Mutatis mutandis, para Tarkovski, “el artista cinematográfico aparta del enorme e informe complejo de los hechos vitales todo lo innecesario, conservando sólo lo que será un elemento de su futura película, un momento imprescindible de la imagen artística, la imagen total. Se trata —lo repito una vez más— del tiempo en forma de un hecho. El cine ideal para mí es la crónica, que no considero un género cinematográfico, sino un modo de reconstruir la vida.”
Otro juicio que Tarkovski enarbola a lo largo del libro tiene que ver con la pureza y hasta “cierre” en sí misma de cada disciplina artística. En el caso del cine, arte nueva y aún aquejada de cierta crisis de identidad, dicho juicio se manifiesta como una resistencia a reducir la cinematografía a una combinación de elementos de otras artes preexistentes. ¡El cine es esculpir en el tiempo, joder! No es meter en una batidora teatro, pintura, música y literatura. Hombre, ya.” Las comillas son nuestras y el texto también, pero se entiende la paráfrasis aunque sea mentira porque se non è vero, è ben trovato.
Quien no arrima la sardina a su ascua es porque no tiene sardina o no tiene ascua.
Podríamos probar a aplicar esa idea de “esculpir en el tiempo” a la literatura, aunque no sea más que para llevarle la contraria al bueno de Tarkovski y su integrismo defensor de la pureza (que, por otro lado, nos parece más bien correcta y admirable. Pero la diversión a veces se da de bruces contra lo correcto y admirable, qué le vamos a hacer). Contaminemos no al cine con sus casi-padres, sino a la literatura con uno de sus casi-vástagos.
Lo haremos aprisa y mal porque esto no es más que una tentativa inicial. Podríamos hablar del tiempo literario como del ritmo al que fluyen las palabras. O también del ritmo al que fluyen los hechos relatados. Podríamos hablar de tiempo de lectura y tiempo de relato, que en nuestro caso no va a pasar nada porque no coincidan como en el cine. La no coincidencia, por supuesto, abre la veda para ciertos juegos y experimentos interesantes.
Podríamos también retrotraernos a la idea de Miguel Ángel. Podríamos abordar la obra observando fijamente la densidad total de los hechos posibles que viven los personajes por nosotros imaginados. La composición del relato que hay dentro consistirá en eliminar todos los hechos sobrantes que lo envuelven mazo y cincel en mano hasta que emerja a la luz y al aire la obra terminada.
¿Y si aplicáramos la idea no a la literatura sino a la pintura? ¿O es la pintura un arte sin tiempo y entonces nos estaríamos yendo demasiado lejos y nos multarían por secuestro de la idea? ¿Es la pintura, entonces, una escultura del espacio, o de los colores y las formas planas? No lo sé. Otro día, más.